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Manuel Gutierrez Najera

Manuel Gutiérrez Nájera

Biografia
Notas

Sus versos y sus prosas pasaban por mi cielo como iris que vuela; batía el ave del paraíso su plumaje de gemas y yo permanecía ante la visión maravillosa como aquellos infantes de los antiguos cuentos, ante la fuente de oro, el pájaro que habla y el árbol que canta.

 

Amado Nervo

 

Manuel Gutiérrez Nájera nació el 22 de diciembre de 1852 en la ciudad de México, su padre era periodista,  del cual seguramente heredó el gusto por las letras, su madre era una ferviente católica que le inculcó gravemente la religión. Nunca asistió a la escuela, pues toda su formación fue de manera autodidáctica (el francés lo aprendió con don Ángel Groso), leyó a los místicos, románticos y clásicos;  cuando terminó la biblioteca de su casa empezó con Musset, Lambertine, Víctor Hugo, Gautier, Renan, etcétera.

 

Su innegable talento se consumó a los 16 años, cuando publicó su primer artículo “Un Soneto” en el diario El Porvenir.  Entonces, desde muy joven, gracias a su talento y  su pasión por el periodismo empezó a formar parte de múltiples diarios, La Voz, El Federalista, El Monitor, El Correo Germánico, El Cronista de México, El Nacional, El Republicano, El Universal etcétera y también con múltiples seudónimos ¡más de cuarenta y cinco! (El Duque Job, Ignotus, Fru-Fru, Fritz, Rafael…), sirviéndose de ellos según el periódico o el tono en que quisiera escribir.

 Incursionó en muchos géneros literarios: la poesía, el cuento, la novela y también ese género hibrido que se empezaba a gestar en el siglo XIX, la crónica, pues se servía de ésta para contar la novedad, el cambio; no se limitaba a describir los eventos, les ponía poemas, comentarios y  reflexiones intelectuales.

 

 No importa qué, el nunca paro de escribir y siempre tuvo claro que para eso vivía, Nájera fue de los pocos escritores que vivían exclusivamente de su arte, por ello mismo tenía que trabajar en diversos periódicos para subsistir económicamente.

 

Su prosa y verso tienen influencias románticas, realistas, parnasianas y simbolistas;  “en él destacan el combate contra el autismo cultural de los defensores de lo castizo, la defensa del arte como fe y experiencia sagrada y una convencida conciencia de hispanoamericanidad literaria (lingüística y estilística) no reñida para nada con el cosmopolitismo.”[1]

 

Se le tachó de afrancesado y en cierto sentido lo era, sabía que lo actual venía de Francia y no de España, pero jamás dejó de creer en su cultura y en su lengua para ser transmisores y formadores de una propia literatura, como se lo dijo a José Juan Tablada “debemos individualizarnos pero dentro de nuestra tradición literaria” y es ahí donde radica el pensamiento modernista de Nájera; “llevó su poesía a la visión fatal de la vida, a la pesadumbre del mundo, a la fugacidad de todo bajo el sonido metálico del avance tecnológico”, influido fuertemente por el aire cosmopolita y de renovación existente en Francia (a la que nunca viajó; no le gustaba trasladarse), realidades que siempre creyó posibles en México.

Un hecho que sustenta a Nájera como modernista es que en 1894,  él y Carlos Díaz Dufoo fundan la Revista azul donde se exponen modernistas de Latinoamérica: Rubén Darío, Julián del Casal, Amado Nervo, José Juan Tablada, etcétera junto a figuras francesas como Pierre Loti, Víctor Hugo, Charles Baudelaire, Leconte de Lisle, etcétera; porque:

 

Nuestra revista no tiene carácter doctrinario ni se propone representar modelos de belleza arcaica, espingando en las obras de los clásicos; es sustancialmente moderna y por lo tanto busca las expresiones de la vida moderna en donde más acentuadas y coloridas aparecen. La literatura francesa es la más “sugestiva”, la más abundante y la más de hoy.[2]

 

Así pues, la revista publicaba lo extranjero y nacional “concret[ando] todas las inquietudes que cruzaban la vida cultural mexicana”[3]; la revista se convirtió en el portavoz de lo modernidad para México, aunque sólo haya durado dos años en publicación.

 

En sus crónicas siempre estuvo presente el espacio público, la vida social con aires de refinamiento, cultura y sobriedad; Nájera pintó la ciudad del futuro, la parisina, a la que aspiraba y en la que creía, pues no es que Nájera no viera todos los vicios y problemas del país, él solamente “inventó un espacio que fue a la vez un espejismo: el gran relato de los altos de la sociedad porfiriana”[4].

 

Nájera cultivó muchas amistades, entre ellos se destacan Nervo, Urbina, Martí, Tablada, Prieto, Dufoo y muchos otros más; se casó con Cecilia Maillefert  en 1888, con la cual tuvo dos hijas y algunos años después, en 1895 murió desangrado (tenía hemofilia) a causa de una intervención quirúrgica para retirarle un tumor. A su muerte múltiples periódicos le dedicaron sus primeras páginas, así como obituarios, para recordar al mejor prosista del siglo XIX.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

NOTAS

 

[1] Rodríguez Ortiz, Oscar, Estética del modernismo hispanoamericano, Biblioteca Ayacucho, Venezuela, 2002, p. 1

 

[2] Gutiérrez Nájera, Manuel, “El cruzamiento en literatura”, Revista azul, 11 de junio de 1894

 

[3] Pérez Gay, Rafael, “Prólogo” en Los Imprescindibles. Manuel Gutiérrez Nájera, Cal y arena, 1996, p. XLVI

 

[4] Ibíd., p. XI

Com. Color Bitter

Comentario a "Color Bitter"

 

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Esta crónica relata lo acontecido en el terremoto de junio de 1882. Algunos aspectos relevantes:

 

  • El título indica el elemento de la sinestesia, pues Bitter significa ´amargo´ en inglés, lo cual remite al sentido del gusto y no de la vista, como son los colores.

  • Uso de metáforas muy sofisticadas para hacer analogías de todos los eventos acontecidos durante el terremoto, por ejemplo “Ha concluido el terremoto, y la materia, eternamente esclava, no se mueve con bruscas rebeldías”

  • Uso de la prosopopeya en repetidas ocasiones, por ejemplo “La luz se está riendo de nosotros”

  • Repetición de frases a lo largo de la crónica “Toma el té”

  • Mención del opio como alterador de la sensación del tiempo.

  • Miedo a la muerte intempestiva, pero más miedo a morir sin el ser amado.

  • Miedo a la naturaleza y a su incontrolable poder.

  • Concepción relativa del tiempo.

  • Es sabido que Nájera utilizaba partes de crónicas hechas por él para hacer otras nuevas, así pues, esta crónica guarda muchas similitudes con “Temblor” publicada dos años después  bajo el seudónimo de Puck. Adjunto también tal crónica. 

Color Bitter

 

Color Bitter 

 

 

No tiembles ya; las aves azoradas, que volaban en todas direcciones, han vuelto a pararse en las cornisas de las casas y en las cruces de las torres; los árboles no sacuden más sus cabelleras trágicas, y el dorrnido titán que habita las entrañas de la tierra, yace descoyuntado, inerme y mudo, como el demente cuando pasan sus accesos. Acerca a tus delgados labios que el temorr amarillea, la taza en que hierve el té, casi tan rubio como tus cabellos. Reposa tu cabeza sobre mi hombro y deja que se coloreen tus mejillas con los matices escarlatas de los mirtos. ¿No ves? El Sol arroja, como siempre, su menuda lluvia de oro, y las amedrentadas golondrinas vuelven a travesear en la cabeza calva de San Pedro y en las túnicas de piedra que visten los profetas en sus nichos. La bomba azul que cuelga del pulido artesonado y que guarda tu sueño por las noches, vacila cada vez más lentamente como la rapazuela juguetona que se queda dormida en el columpio. El reloj que contó nuestros minutos de pasión ha detenido sus agujas negras en la hora del terror; pero mi mano moverá de nuevo el péndulo y verás cómo torna a caminar, a manera del infeliz hebreo que no dio de beber a Jesucristo. Vuelva la sangre a circular por tus venas como ya ha vuelto el movimiento de la vida a las calles henchidas de carruajes y de gente. No tiembles más; descansa aquí, sobre mi pecho, mintras acerco a tus labios pálidos la taza, como si diera su tisana a un niño enfermo. ¿No quieres que pongamos en el té unas gotas de cognac? Ya nada tienes que temer: habla, sonríe; no danzan ya las copas en la mesa, ni el cordón de la campana azota las paredes. Ha concluído el terremoto, y la materia, eternamente esclava, no se mueve con bruscas rebeldías: sólo tu corazón late violentamente junto al mío. La muerte que pasó sobre nosotros cerniendo sus grandes alas de lechuza, está muy lcjos. La luz se está riendo de nosotros. 

 

El pastel que dejaste mordido sobre el plato b1anco; la diminuta copa de chartreuse, que no tuviste tiempo de apurar; mi cigarro encendido, y el coqueto escarpín color de rosa, que abandonó sobre la alfombra tu pie impaciente, nos observan con burla socarrona. Afuera, bulle nuevamente el cuadaloso río de la vida. 

 

Los coches pasan, y los caballos que n1omentos antes se detenían, abriéndose de manos, vuelven a galopar hiriendo con sus cascos las achatadas piedras de la calle. Los balcones se abren y en ellos aparecen caras afligidas, rostros pálidos y cuerpos temblorosos de pavor. Poco a poco, la sangre vuelve a colorear esas mejillas, y la sonrisa juguetona, que había huído como una mariposa cuando mira la sombra de la mano que va a caer sobre sus alas, vuelve otra vez moviendo sus élitros ruidosos, y entorna 1os delgados labios de carmín. Tus nervios se aquietan; tu manecita blanca tiembla menos, y el ondular agitado de tu seno ya se va sosegando poco a poco. Toma el té. Los duendes malos que habitan como topos en las profundas minas llenas de carbón nos tuvieron envidia, y celosos de mí,quisieron espantarnos correteando por las bituminosos galerías, adonde nunca llega el rayo mágico del Sol. El aire comprimido, no encontrando el respiradero de los volcanes, quiso abrirse paso bruscamente, como el viento que sale por los cañones de algún órgano. El gigante, en cuyo pecho enorme descansa el globo, se despertó al oír los gritos de los duendes, y esperezándose en su lecho de granito, sacudió la

tierra. Las torres se bambolearon como si fueran a caerse; los árboles se mecieron, sin que el aire soplara agitando sus copas, y tú, convulsa de pavor, dejaste caer la leve cucharilla con que desmenuzabas el azúcar en la taza, y el azul no-me-olvides que arranqué a mi ojal para ponerlo entre tus labios.

 

No tengas miedo ya. El enorme gigante duerme y los duendes revoltosos apenas se atreven a asomar sus cabecitas en los obscuros socavones de las minas. La luz se está riendo de nosotros. Toma el té. 

 

¡Si hubieras podido contemplar el espectáculo que presentaba la ciudad en ese instante! La mueca tragica y el guiño cómico se miraban confundidos, como en los dramas de Shakespeare. Los dependientes saltaban el mostrador de las tiendas e iban a arodillarse en medio de la calle. L.os jugadores se asomaban a las puertas de Iturbide con los tacos en las manos. Un escribano bajó las escaleras de su casa en mangas de camisa. Aquella acartonada lady yanqui se tendió boca abajo sobre el piso. Todos interrogaban  los edificios oscilantes con miradas de pavor, como el náufrago, sacudido por las olas, interroga el obscuro seno de los mares.

 

Los rieles del tramway, movidos por el terremoto, se agitaban espejeando como dos víboras de plata. Y de las puertas cuyas mamparas se columpiaban tristemente, salían como en tumulto hombres de bata, damas cubiertas apenas por el ligero peinador, niños trémulos, e iban a arrodillarse en medio del arroyo, con las manos cruzadas sobre el pecho, clavados los ojos en el cielo.

 

El Sol, indiferente, derran1aba su luz cruda sobre esta escena desgarradora. Las aves, sintiendo que los edificios vacilaban, salían de las cornisas y tejados agitando sus alas con espanto. En ese instante los ateos creían en Dios.

 

La madre corría a la cama donde descansaba el pequeñuelo, para llevarlo por la calle. Los prudentes se colocaban en los quicios de las puertas. Los que no decían ¡Jesús!, proferían lo más enérg·ico de las interjecciones españolas. Mientras las torres de la Catedral se dirigían sendos saludos, inclinando sus enormes sombreros de campana, un ratero hacía cosecha de relojes en la plaza. En los salones de las fondas, quedaban los sombreros y bastones, huesos a medio roer y botellas volcadas en el suelo. La grasa se cuajaba en los platos y el vino se evaporaba en las copas. Algunos salieron a la calle con la servilleta puesta, y otros levantaban al cielo sus manos armadas de tenedores. Ninguno, sin embargo, atendía en esos momentos a los cómicos episodios ni a las figuras caricaturescas. Las caras tenían todas la expresión adusta que da Echegaray a los rostros de sus personajes en el tercer acto de sus dramas. El monstruo eternamente esclavo se desencadenaba, y las cosas adquirían extraño espíritu. La Catedral se asemejaba a un hipopótamo fabuloso que fuera a triturar con su pezuña de granito las copas de los fresnos y el gran zócalo de piedra. Las fachadas hacían muecas de clown y las cruces en lo alto de las torres parecían gimnastas en trapecio. 

 

En aquellos segundos de congoja, las ideas pasa ron por los cerebros con una rapidez de cinco mil leguas por hora. Un panorama de cataclismos, desarrollándose al girar, como la tela de un transparente, presentó sus cuadros torcidos, sus figuras chuecas y sus escenas de desplome, a la imaginación de aquella muchedumbre. Lisboa, la Martinica, Ischia y Chio, pasaron en tropel por la memoria de algunos. Yo vi bailar en el espacio azul la esbelta cúpula de Santa Teresa, como si algún gigante de buen humor hubiera lanzado al viento su montera; me

pareció que las columnas del teatro avanzaban sobre mí a paso de carga; sentí sobre mi cabeza las herraduras

del caballo que monta Carlos IV, y en un momento de pavor creí que la estatua de Colón jugaba a la pelota con el mundo. El viento movía los anchos pliegues de los hábitos que visten los frailes en el monumento de Colón y las guedejas pétreas de sus barbas. La robusta matrona que representa la ciudad de México, me llamaba con movimientos de sirena. San Agustín, en el bajorrelieve de la Biblioteca, sufría un yértigo, y el ángel que corona la torre de Jesús agitaba sus alas, como águila que va a tender el vuelo. ¡Oh, cuántas ideas caben en dos minutos y treinta y tres segundos! Las casas se desmoronaban ante mis ojos, como castillo de barajas; las piedras caían mezcladas con cabezas, y apenas si quedaban algunos paredones oscilando, como ebrios en la puerta de una taberna. Caídas las fachadas, se miraba el interior de algunas casas: desmelenados y aturdidos bajaban los vecinos por los ruinosas escaleras, cuyas gradas se movían corno pedales de piano; en una alcoba alzaba desde la cuna sus bracitos flacos un pobre niño abandonado; las grandcs vigas se columpiaban un momento en el espacio, y caían a plomo aplastando cabezas y des quebrajándose; remolinos de polvo se levantaban ocultando todo, y un inmnso clamor, compuesto de imprecaciones y plegarias, subía al cielo.

 

De repente pasó la borrachera, los santos de piedra se recogieron en sus nichos, cesó el can-can de las torres, y se fueron desvaneciendo en el espacio los cuadros que dibujaba la imaginación. ¿Cuántos minutos habían transcurrido? Un segundo o un siglo. El tiempo no se mide con los cronómetros. Es un viejo enf ermo, que de improviso corre como un mozo. 

 

En aquellos instantes de terror, los minutos fueron horas, días, años, cornn lo son para los tomadores de opio. Las ideas se atropellaban en los cerebros, como los espectadores al salir de un teatro que se incendia. Medirnos el tiempo como lo mide el pasajero en el puente de un barco que va a hund.irse. Por una delicadeza de las leyes naturales, en ese instante se 'detuvieron los reloj es. Pero ha pasado ya la pesadilla, despertamos y volvemos en torno la mirada. Las cosas todas están en sus puestos. La tierra no se muev.e, los armarios están tranquilos. No tenemos ceñido el cuerpo por las víboras, ni chupa nuestra sangre, mordiéndonos la nuca, algún vampiro. Los búhos y las lechuzas que danzaban sobre nuestras cabezas, han desaparecido yendo a esconderse en los viejos campanarios. Los transeúntes se saludan en las calles, como si volvieran de un largo viaje. Comienza a borrarse de los rostros la amarillez del miedo, y respiran con más desembarazo los pulmones. Los que han tenido más terror, experimentan las agradables emociones del convaleciente que vuelve a la vida. Las rosas parecen más frescas, y más bellas las mujeres. Se ve el cielo más azul, y se acaricia la cabeza de1 niño que todavía solloza ei1 un rincón. De cuando en cuando, sin embargo, se alza la cabeza para mirar si no se mueven los candiles y si el cordón de la campanil!a se está quieto. Las cuarteaduras de la pared inspiran miedo. 

 

Por la noche, las jóvenes acercan sus catres a la cama de la madre, y despiertan a cada instante sobresaltadas, creyendo que repite el terremoto. El botiquín de la casa, abierto de par en par, muestra los deshechos paquetes de tila y las rugadas hojas de naranjo. Los padres refieren con espeluznantes detalles el terremoto que derribó la cúpula de Santa Teresa. Los chiquitines se duermen en las rodillas de la madre, y los novios amartelados de las niñas hablan poco de amor. Al día siguiente, están muy concurridas las iglesias. Se oye misa con gran devoción,

y al salir. del templo los novios, aprovechánclose del tumulto, se aprietan la mano furtivamente. En la noche, el amante cobra con usura el beso que no pudo recibir la víspera.

 

Toma el té. Ya ha pasado el terremoto. Estamos juntos y te amo. La muerte no acobarda más que a los enamorados que están ausentes. Si ha de venir, que nos mate a los dos de un mismo golpe. La muerte que yo temo es la que llega con sigilo y con cautela, arrastrándose por la alfombra de la alcoba. Si tú me sobrevives, te irás alejando de mi recuerdo como  el barco se aleja de la playa. La pena del amor es el olvido. Nuevas flores brotarán en los jardines para que los enamorados trencen sus guirnaldas, y otras aves despertarán con el golpe de sus alitas en los vidrios, a Romeo dormido en los brazos de Julieta. El dolor no es eterno. Las fuentes se agotan y los claveles se marchitan y el amor se apaga . 

 

Por eso querría morir con todos los seres que amo, y hacer junto con ellos el duro viaje por lo desconocido y por lo eterno. Pero la tierra no vacila ya; tu corazón late más sosegado, y la lámpara azul de tu alcoba no se columpia

como la Sara del poeta. Ven conmigo; acabemos de comer .

Temblor con temblores complementarios

Temblor con temblores complementarios

 

Temblor

 

Después del beneficio de Tamagno, lo más notable de la semana ha sido el terremoto. Y a me temía yo que no pudiera soportar México, sin bambolearse, el cuerpo de Signorini. En la noche de Muertos, a la hora en que don Juan penetra al camposanto, el monstruo eternamente esclavo se desencadenó, y nos sentimos cogidos en el engranaje de una maquinaria formidable. Las fachadas hacían muecas de clown, y las cruces, en lo alto de las torres, parecían gimnastas en trapecio.

 

En aquellos segundos de congoja las ideas pasaron por los cerebros con una rapidez vertiginosa. Yo vi  bailar en el espacio, bajo las estrellas, la cúpula de Santa Teresa, como si algún gigante de buen humor hubiera lanzado al viento su montera. Yo creí ver al Colón de la Reforma jugando a la pelota con el mundo. 

 

De repente pasó la borrachera. Los santos de piedra se recogieron en sus nichos; cesó el can-can de las torres y se fueron desvaneciendo los cuadros que pintó convulsa la imaginación. ¿Cuántos minutos habían transcurrido? Un segundo o un siglo. Por una delicadeza de las leyes naturales, en ese instante se pararon los relojes. 

 

¿Qué vimos? Oscilar los paredones, como ebrios que no dan con la puerta de la taberna; bajar a las gentes en tropel por las escaleras, cuyas gradas parecían pedales de piano; la multitud arrodillada, prorrumpiendo en este gran clamor: ''¡Dios mío, misericordia!'' 

 

Ahora, pasó ya la pesadilla. Los conocidos se saludan en las calles como si volvieran de un largo viaje. Comienza a borrarse de los rostros la amarillez del miedo. Respiran con desembarazo los pulmones. Los que han tenido más terror, experimentan las agradables sensaciones del convaleciente que vuelve a la vida. Nos parece el cielo más tranquilo, con más estrellas que nunca, y acariciamos la cabeza del niño que solloza en un rincón. De cuando en cuando, sin embargo, se alza la cabeza para mirar si no se mueven los candiles.

 

No tiembles ya: el dormido titán que habita las entrañas de la tierra yace descoyuntado, inerme y mudo, como el demente después de algún acceso. Acerca a tus delgados labios la taza en que hierve el te. Reclina tu cabeza en mi hombro, y vuelvan a tus mejillas los colores del mirto y del durazno. ¿No ves? La bomba azul que cuelga del pálido artesonado y que guarda tu sueño por las noches, vacila cada vez más lentamente, tal como rapazuela juguetona que se quedó dormida en el columpio. El reloj que contó nuestros minutos de amor ha detenido sus agujas en la hora del terror; pero mi mano moverá de nuevo el péndulo y verás cómo torna a caminar. Vuelva la sangre a correr por tus venas, como ha vuelto el movimiento de la vida a la ciudad. No tiembles; descansa aquí, sobre mi pecho, mientras acerco a tus labios pálidos la taza, como si diera su tisana a un niño enfermo. La muerte que pasó junto a nosotros, agitando sus grandes alas, está lejos. 

 

El pastel que dejaste mordido sobre el plato blanco; la diminuta copa de chartreuse, que no tuviste tiempo de apurar; mi cigarro encendido y el coqueto escarpín color de rosa, que abandonó sobre la alfombra tu pie impaciente, nos observan con burla socarrona. Afuera, bulle nuevamente el caudaloso río de la vida. 

 

Los coches pasan y los caballos que antes se detenían abriéndose de manos, inmóviles de miedo, vuelven a golpear con sus cascos el pavimento de las calles. Poco a poco la sangre vuelve a colorear tus mejillas, y la sonrisa, que había huido como huye la mariposa al ver la sombra de la mano que va a caer sobre sus alas, vuelve otra vez moviendo sus elictras sonoras y entreabre tus labios de carmín. Tus nervios se aquietan; tu mano blanca tiembla menos y el ondular agitado de tu seno ya se va sosegando poco a poco. Toma el te. Los duendes malos que habitan como topos en las profundas minas llenas de carbón, quisieron asustarnos correteando por las tenebrosas galerías a donde no llega nunca el rayo mágico del sol. El aire comprimido, no encontrando el respiradero de los volcanes, quiso abrirse paso como el aire que sale por los tubos del órgano.

 

El gigante en cuyo pecho enorme descansa el globo, se despertó al oír los gritos de los duendes, y esperezándose en su lecho de granito, sacudió la tierra. Las torres se bambolearon, como si fueran a caerse; los árboles se mecieron sin que el aire soplara; y tú, convulsa de pavor, dejaste caer la breve cucharilla con que desmenuzabas el azúcar en la taza y la violeta que arranqué a mi ojal para ponerla entre tus labios. No tengas miedo ya. El enorme gigante duerme y los duendes revoltosos no se atreven ni a asomar sus cabezas en los oscuros socavones de las minas. La lámpara azul de tu alcoba apenas se columpia lánguidamente, como Sara la baigneuse.

 

Temblores complementarios

 

En la vida, como en las tragedias de Shakespeare, lo dramático y lo cómico se codean, el clamor se alza al propio tiempo que la bufonada agita sus cascabeles. Drama, y terrible, fue el del terremoto. De tamaño temblor nos acordaremos más que de Tamagno tenor. Pues bien, a pesar de lo grave y serio del suceso, no faltaron en él, según malas lenguas, episodios chuscos. 

 

Un boticario avaro veía caer, en el instante del sacudimiento, los pomos, trastos y redomas de sus drogas. Lleno de espanto, y acongojado por la pérdida que le ocasionaba aquel derrumbe, fijábase en los rótulos de los frascos volcados e iba con lastimera voz enumerándolos a gritos, lo cual, oído por las viejas que se habían arrodillado en el quicio de la puerta, hizo creer a éstas que el farmacéutico rezaba la letanía, a la que fervorosas y cuitadas, contestaban en coro.

 

-¡OLEUM RESINARUM! exclamaba afligido el boticario.

-¡ORA PRO NOBIS! respondían las viejas.

-¡SUBNITRATUM MAGNESIARUM!

-¡Miserere nobis!

-¡ACEITE DE SAN JACOBO!

-¡Parce nobis domine!

 

Don Gerardo López del Castillo armado de punta en blanco representaba el Don Juan Tenorio, y a la hora del cataclismo, decía estos versos, dirigiéndose a las estatuas del Comendador don Luis y socios: ''Yo fui vuestro matador / Como es sabido y notorio ... ''

 

Aquí le interrumpió uno de la galería, vociferando:

 

-¿Qué está temblando, señor?

López del Castillo, impávido: ¿Y qué le importa

un temblor/ Al bravo don Juan Tenorio?

 

En la cantina de Wondracek estaba un parroquiano muy borracho. De repente dije asustado y bamboleándose:

-¡Caramba! ¡Pero qué buena la he cogido!

 

En estas, oye los gritos de ¡tiembla!, ¡tiembla!- ve salir en tumulto a los bebedores, y tranquilizándose al saber lo que ocurría, vuélvese al mostrador y dice al cantinero, que estaba de rodillas, por más señas: -i Ah . . . no era yo el borracho¡ . . . Deme, usted otra copa.

 

A un joven, de no mala figura, que se llama Jesús le había asaltado en aquellos momentos un inglés recibo en mano:

 

-¡Es usted un tramposo!-le decía.

-¡Yo no pago facturas en la calle!

-Es que jamás está usted en su casa.

-Mañana pase usted.

-Que ya no quiero. ¡Que ya estoy aburrido! Ahora mismo...

-¡No arme usted escándalo, indecente! ...

De pronto el cobrador cae de rodillas.

-¡Jesús, perdóname!

-Bueno, está bien... levante usted.

-¡Jesús, ayúdame!

-Con mucho gusto... en todo lo que pueda.

 

(La historia no refiere si pasado el temblor siguió la gresca.)

 

En la Cámara se habla del terremoto:

 

-Fue aquello horrible. Parecían las casas de barajas.

-Señores, por Dios santo, no hay que achacar todo a Barajas; Barajas no tuvo nada que ver con el temblor.

 

Es curioso, es sugestivo y habla muy alto en favor de nuestras costumbres: todos dicen lo que estaban haciendo

a la hora del temblor, ¡y ninguno, absolutamente ninguno, estaba haciendo nada malo! ¿Será este terremoto una consecuencia de los que acaba de haber en la Argentina? Incuestionablemente. De la Argentina, en los últimos años todas las desgracias. El krak de allá causó la quiebra de Baring Brothers, la baja de los valores centro y suramericanos, el retraimiento del capital extranjero.  No lo duden ustedes: ese temblor es argentino. Ha de haber venido por la cordillera de los Andes. Mejor dicho, nos lo enviaron por cordillera.

 

¡Fue otro krak!

 

 

Com. desventajas del foco electrico

Comentario a "Desventajas del foco eléctrico"

 

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Aspectos interesantes de la crónica:

 

  • Inserción de las nuevas tecnologías en la sociedad, además de los cambios que cada generación cuenta a la siguiente.

  • Las mujeres descritas como vanidosas y en busca- cacería- de hombres.

  • Retrato de extranjeros (alemanes) que se emborrachan todas las noches.

  • Envidia y ambiente hostil entre la clase aristócrata.

  • Uso de metáforas con lenguaje refinado, así como referencias cultas.

  • Descripción de la vida nocturna (variada, pero también monótona) en la ciudad como punto de convergencia para personas de todo tipo.

 

Desventajas del foco electrico

Desventajas del foco eléctrico

 

Los gomosos han notado que la luz eléctrica pone más de relieve las partes calvas y las superficies desteñidas de una levita. Las mujeres sospechan que los átomos de polvo de arroz o crema oriza aumentan de volumen cuando el rayo, desprendido de los grandes focos, viene a herirlos. Toda mujer pintada debe abstenerse cuerdamente de pasar por las calles que ilumina el foco eléctrico. A esa luz byroniana los poros del cutis se hacen más visibles y los ungüentos de Coadray dan a los rostros cierto parecido con los de las bailarinas que aparecen en Roberto el Diablo. Los trajes, en cambio, lucen mejor. Una falda azul parece la ola de un río alemán iluminada por la luna. La seda adquiere tintes y espejeos maravillosos. Los encajes parecen alas de libélula y las plumas de ganso, plumas de faisán.

 

Cuando los jóvenes del día tengamos nietos -el caso es muy remoto-, les referiremos en las veladas de

invierno, cómo fue un tiempo en que las ciudades se iluminaban con el gas. Ellos nos oirán como oímos nosotros a nuestros abuelos cuando nos contaban cómo era el alumbrado de la ciudad en la época de los virreyes. A la luz de los grandes focos eléctricos, la ciudad se anima, el gas amarillea bajo el cristal y las sombras de los transeúntes se prolongan como el cuerpo elástico de esos gigantes que sirven de solaz a los chicuelos en toda comedia de espectáculo. En medio de esa luz polar, se dirige la turba de paseantes al Salón de la Alameda. Allí el espectáculo cambia. También esparce en él la luz eléctrica sus rayos ultravioletas; pero la animación, el ruido, el movimiento, son mayores. La música, cuyo kiosco está improvisado como la ciudad

de México, sobre el agua, preludia algunos aires de Madame Favart o El Duquecito. Los hombres giran alrededor  como los caballos de un hipódrbmo y las señoras, entadas en los asientos de bejuco, miran pasar aquella monótona caravana. Entre esta masa humana hay algunas parejas que se aíslan: son las que han empezado el el dúo de amor.

 

Para éstas, la ola viviente que se encrespa más y más, no importa nada; la música está muda y la luz ciega: ¿en dónde hay armonía que valga tanto como la voz de una mujer querida, ni luz que iguale el resplandorde una mirada? Los papás refunfuñan entre dos bostezos. Las que buscan novio se adornan con los trajes más vistosos y voyantes, empenachan su cabeza con los adornos más extravagantes y se colocan, como en mostrador, bajo algún foco eléctrico. Los hombres pasan indiferentes. Los gomosos entablan sus instructivas conferencias sobre el modo mejor de culotear las boquillas. Los abogados hablan de sus pleitos y Bejarano anota en su libro de caja la armonía de los pesos descendiendo en cascada sobre el cofre-fuerte.

 

Bejarano, en estos días, ha sido uno de los temas de la conversación general, como los mil y un sombreros y los trajes de oro. Es uno de los platillos del día. Algunos hincan en él sus dientes o le encajan el tenedor. Como Thiers era el hombre de septiembre, Bejarano es el hombre de noviembre. Los escribientes de juzgado, tinterillos y ayudantes de notario, se creen heridos en su dignidad cada vez que se permite al hábil empresario que establezca sus salones de concierto. Los que estudiaron con él primer curso de matemáticas creyéndose, modestamente, superiores al jóven ex-regidor, protestan enérgicamente contra el favoritismo de que goza. Todos los que no tienen un peso en el bolsillopara entrar al Salón, increpan a Bejarano, como incr

epapa Camoens a Portugal: ¡Ingrato Salón, no poseeras mi manteca! En esta gran conjuración de levitas grasosas y chisteras calvas, se jura el exterminio de Bejarano. ¡Caigan los tiranos! Se bendicen los puñales y se mandan afilar por el amolador de la esquina. ¡Abajo el monopolio!

 

Bejarano se cura poco de estas grandes indignaciones. Dispone con elegancia y gusto el Salón, abre sus puertas y las inujeres elegantes, las que quieren serlo y las que no lo son, inundan sus pintorescas avenidas. Los paseos de noviembre son los predilectos de la aristocracia. Esta vez se han distinguido por la infinita variedad de los sombreros. Los hay semejantes a la bacía de Fígaro y el yelmo de D. Quijote, parecidos a los chacós militares y a las cachuchas de gendarme, con visera y sin visera, grandes y pequeños, de ala tendida y ala remangada, graciosos y desgarbados, de cuantas formas sea posible imaginar y cuantos colores puedan combinarse con la escarpa de Iris.

 

Lo que debe causar cierta extrañeza a los amables extranjeros que visitan el paseo es el silencio, casi absoluto, que guardamos todos. No se forman grupos ni se entablan conversaciones más que en el círculo diplomático. Los hombres pasan ante la triple hilera de asientos ocupados por mujeres bonitas y mujeres feas, como pasa un pachá por el Bazar de Trebizonda. Las mujeres ven desfilar a los hombres, con la mirada inflexible y fría del mayordomo que cuenta las ovejas del rebaño. Los alemanes toman cerveza en la cantina. Allí sirve Fulcheri un caldo de ciruela que llama, no sé por qué, vino caliente y sendos vasos de agua tibia con veinte gotas de catalán, conocidos bajo el seudónimo de ponches. Las botellas de cerveza forman murallas, torres y castillos en las mesas. Los alemanes comienzan a embriagarse a la centéscima botella, esto es, a los cincuenta pesos. Los gomosos se embriagan con un vaso de agua tibia. Los poetas enamorados, que creen much1s1mas estupideces, miran pasar a las damas recordando con envidia a aquel Don Juan, de Campoamor,

 

De quien cuentan que un día,

Para aliviar sus penas,

Mandó hacer de las rubias que quería

Un manto de rizos que téndía

Sobre un colchón de bucles de morenas.

 

Suena la media noche en el reloj de San Diego -reloj de comedia romántica. La banda militar toca la

danza fúnebre que oímos en los funerales de Arista. Los hombres prudentes tomamos el camino de nuestras casas. Ya nadie queda en el salón. Las sillas están vacías y la cantina llena. Hasta mañana

 

Com. Falsa Nobleza

Comentario a "Falsa Nobleza"

 

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Esta crónica parte de una fiesta llevada a cabo por el marques Carmona, pero sólo es un pretexto para hacer una crítica a la sociedad y la prensa. Algunos aspectos interesantes son:

 

  • Mención a París como “refugio de placeres” a donde todo el mundo desea ir; además de la idealización de sentir como “hombres de otros climas y países”

  • Crítica a la sociedad que presta mucha atención a la vida privada de las figuras públicas, pues-ciertamente- no tienen nada de interesante, tal interés por las nimiedades de la vida ajena se exacerba por la prensa parisiense, que se encarga de detallar las cosas más irrelevantes.

  • Mención de reporteros franceses más interesados en la vida privada, como Bachaumont.

  • Crítica a los falsos títulos de la nobleza usados en México, pues son prohibidos por la constitución.

  • Crítica a la clase alta, pues sólo es apariencia y  únicamente goza de buenos modales.

  • Hay una cita pequeña  de las fábulas de Félix María Samaniego

  • Se siente el carácter republicano  de Nájera, ya que rechaza la conservación de las antiguas formas políticas.

  • Mención de una representación de Pablo y Virginia, hay que señalar que Nájera dedicó gran parte de su obra a la crónica de espectáculos.

  • Mención de Le roi s'amuse, una obra de Victor Hugo escrita en 1832.

Falsa Nobleza

Falsa Nobleza

 

 

Como esos glotones que se detienen junto al aparador triquinoso de las tocinerías satisfaciendo su hambre por

el camino económico de los ojos, nosotros, mientras Paola Moiré vuelve a México y representa con Tauffemberger Pablo y Virginia, no tenemos más recurso que paladear imaginariamente los placeres y fiestas de

que gozan los hombres de otros climas y paises. El refugio de todos los placeres y de todos los bandidos es París. Allí no falta nunca un modo nuevo de servir las trufas ni una mujer hermosamente desconocida en el teatro. Aquel estómago, tan grande como el de un rinoceronte bíblico digiere en pocos dias las fiestas, las galantinas, los escándalos, las honras de los maridos Y la belleza de las mujeres. Medio millon de hombres inteligentes y sensatos pasa allí la vida buscando una nueva sensación nerviosa que ofrecer al mercado de los caprichos sibaritas. Le roi s 'amuse, esto es, París se divierte. 

 

Los periódicos franceses son, pues, el recurso de todos los periodistas menesterosos que no tienen un solo asunto en su cartera, ni un solo pensamiento en los cajones vacios de su cerebro. Los que sueñan con alfombras

persas Y lacayos húngaros van derecho a esas crónicas mundanas, escritas con cold-cream color de rosa por Ett1ncele, Cadillac o Bauchamont. Por ese medio saben a ciencia cierta si la princesa Meternich ha estornudado

por la noche, si el duque de Orleans sufre un dolor de muelas o el general Nasar-Aga ha tomado una purga de magnesia. Todos estos pequeños incidentes, que no alteran el equi1ibrio europeo ni rompen la quietud del celeste imperio, suelen interesarme poco o nada. Si el pr1nc1pe de Hohenzolern se rompe alguna pierna por hacer caracolear un caballo árabe, no por eso la filoxera deja de arruinar los viñedos de Burdeos, ni los n1hi1istas abandonan sus experiencias pirocténicas en Rusia. Por muchos pavos que se tome la condesa Z y por

muchos amantes que posea la duquesa H, no han de abrigarme menos mis pantuflas y mi bata. Soy poco aficionado  a detenerme como un bobo ante los balcones ilum1nados de una casa en donde se baila ni a oler los

mandiles sucios de los mozos que salen de una fonda en donde se cena. Los inventarios de brillantes y hermosuras son idiotas, de todo punto como los catálogos. Puedo enternecerme hasta el extremo de mandar un

peso a las familias de esas pobres jóvenes que perecieron en el incendio de un Romen; pero todo el agua de Lub1n, diluida en los tinteros para narrar los infortunios maritales de Mussurus-Bey, no conseguiráarrancar una lagrima a mis ojos ni un centavo a mi chaleco. Los grandes nombres, los colores heráldicos. Y los grifos en campo de gules, me producen una modesta sensación. de risa, porque,

 

¿Quién es el santo varón

Que dice co.n fundamento,

v ·einticinco abuelos cuento

Y ninguno fue ladrón?

 

Por mucho que estiremos las genealogías, como esos manteles de las casas pobres que nunca alcanzan a cubrir

las mesas, resulta incuestionablemente que, de grado en grado, venimos a parar en un lacayo que comía las sobras de algún rey, en algún rudo castellano que mató dos o tres osos en una cacería o en un Galeoto, pinche de cocina, que terció en los amores zurdos de un príncipe. En la fuente de la nobleza, como en la fuente de los ríos, hay mucho lodo.

 

Pero hace pocas noches miraba con asombro en los diarios de la elegancia parisiense, la narración exacta de una fiesta, dada por un gran noble mexicano. La fiesta comenzó por un banquete. El olor de los vinos y las carnes, mezclado a los perfumes acres del Océano, ha llegado hasta la nariz de algunos pobres hombres que sienten la nostalgia del chateaubriand trufado y de la mayonesa. Yo, que como lo mejor que puedo, Y no tengo ídolos de cocina, soy perfectamente imparcial para hablar de esa fiesta que no me inspira envidia, ni coraje. Para comer muy buenas carnes de Strasburgo y saborear vinos del Rhin, no es absolutamente indispensable la presencia de un nuncio apostólico, ni la solemnidad de veinte pergaminos. La nobleza, pues, es absolutamente inútil pata los almuerzos. Todos aquellos principes, duques, tacones rojos, sangres azules, verdes y amarillas que asistieron al gran banquete del marqués Carmona, me dejan perfectamente frío y sereno. Les deseo cordialmente buen apetito, buen estómago; pero no pagaría ni un solo ochavo por observar si mueven las quijadas al comer y se limpian los labios con la servilleta. No tengo inconveniente en suponer que comen con tanta pulcritud y decencia como los escribientes de los ministerios y los señores boleteros del tranvía. Admito sin esfuerzo que ninguno de esos príncipes, duques o marqueses acostumbra guardarse en el bolsillo las cucharas ni lavarse los dedos en el vaso. Pero estas virtudes, que son esencialmente comunes y vulgares, no pueden exh1b1rse a precio fijo como los bueyes de tres cabezas y los enanos de las ferias. Considerada, pues,

bajo este punto de vista la fiesta suntuosa del marqués Carmona, no me ha causado un escozor de envidia.

 

Los revisteros de salón refieren luego los episodios del soberbio baile que siguió al banquete. En un jardín de opera comica, poblado de árboles pigmeos y flores rasuradas, había una gruta natural, en cuyo fondo se destacaba la figura de una pitonisa, 'vestida en traje de caracter, como la Sra. Seroux en la Vida parisiense o Concha  Mendez en la Bruja de Lanjarrón. Los revisteros no dicen s1 la famosa pitonisa era una actriz ya retirada de los Bufos, o una elegante desertora del Café Inglés. Interin se conserve este sigilo, no tenemos derecho de atr1buir a esa honrada mujer honrada las obligadas funciones de una pitonisa. Por una amabilidad caballeresca del anfitrión la pitonisa limitaba sus oficios a vaticinar el porvenir, sin ejercer la peligrosa adivinación de lo pasado.

 

Hasta aqu1 llegan los cronistas más autorizados. Ninguno dice la cantidad de champaña que se bebió, ni el vientres agradecidos de los periodistas invitados, cantan un gran te deum a la magnificencia del marqués Carmona que, obedeciendo los preceptos de Napoleon, ha abierto su bodega para que el porvenir le abra sus puertas. En seguida viene la lista de las personas que asistieron, el desfile churrigueresco de esas vanidades vestidas de oropel, de esos bordados que deslumbran a los necios, de esas gallardas excrecencias del faubourg Saint Germain. Entre los asistentes, hallo el nombre de un conde Betún. Hay apellidos significativos. Todos, o casi todos los que hemos recorrido esas revistas, advertimos que entre la noble y opulenta concurrencia que llenaba las salas del marqués Carmona, no figuran más que dos miembros de la colonia mexicana: el Sr. D. Emilio Velasco y su señora. La esposa de nuestro ministro cerca de la República Francesa, hacía los honores de la casa en el palacio flordelisado y legitimista del marqués Carmona. Quizá, validos de esa circunstancia, creyeron los per1od1stas par1s1enses que el anfitrión era un banquero mexicano. Es disculpable sen1ejante error, pero no debemos dejarlo pasar sin una aclaración.

 

He preguntado a todos mis amigos si han conocido en México al marqués Carmona, y todos me han contestado negativamente. Con efecto, aquí no tenemos títulos de nobleza. No conozco más duque que el Sr. Duque Estrada, antiguo empleado en la Sociedad de Geografía y Estadística, ni más conde que el Sr. Condés de la . Torre. El único lugar de la República en donde  hay príncipes, patriarcas de las Indias, cardenales, burgraves y marqueses es el hospital de San Hipólito. Y como los registros de ese último establecimiento no denuncian la deserción de ningún pensionado, queda vedado suponer que ese marqués Carmona sea algún fugitivo del manicomio mencionado. Tampoco es lícito suponer que sea algún mexicano a quien las cortes europeas hayan agraciado, por sus merecimientos, con un título. Su Constitución vigente prohíbe, bajo las penas más severas, aceptar títulos, distinciones, cargos o empleos públicos, de los gobiernos extranjeros, sin solicitar la previa autorización de nuestras Cámaras. Quien procede de otro modo pierde sus derechos de ciudadano: es renegado.

 

Conviene, pues, poner en claro la nacionalidad de ese marqués Carmona. Será patagón, chino, persa, kroumir, cipayo o brasileño, pero no es mexicano de seguro, ¿de cuándo acá se permite entre nosotros usar títulos, cuando hasta los mismos títulos profesionales están abolidos por la Constitución? Los periódicos europeos yerran luego, por completo al afirmar que el pródigo marqués Carmona es un rico banquero mexicano. Es necesario, pues, que rectifiquen ese dicho, no se crea en Europa que estamos otra vez bajo el gobierno de Maximiliano, Iturbide o Moctezuma. Validos de esa creencia pueden hacer un viaje a México los ricos parvenus que buscan título, en solicitud de una duquesa joven y bonita. Importa rectificar esas erróneas aseveraciones que pueden comprometer muy gravemente nuestra reputación de fieles republicanos. En tal virtud, nuestro representante en Francia debía abstenerse de concurrir como primera persona, o manifestar, cuandomenos, que aceptaba la invitación amable del marqués Carmona como aceptaría la de un bajá de tres colas o un mandarín talludo y rasurado del Celeste Imperio.

Com. Los hijos vengadores

Comentario a "Los hijos vengadores"

 

 

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La crónica cuenta la injustica de la ley al castigar a un hombre por vengar al asesino de su padre. Algunos aspectos relevantes:

 

  • Crítica a la justicia mexicana, pues atenúa delitos si se hicieron bajo efectos de alguna sustancia.

  • Uso de referencias literarias (Hamlet, Esquilo…) además de incluir frases en latín y uso de lenguaje refinado.

  • Imagen negativa de la mujer, más débil en caer en sus “instintos concupiscentes”.

  • Derecho a justiciarse con la propia mano.

  • Critica a la sociedad que tiene doble moral, pues enaltece muchas acciones cuando ocurren en una representación artística y  en la vida real reprende las mismas,  significativamente.

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Los hijos vengadores
Com. Mientras sube el termometro

Los hijos vengadores

 

 

El Jurado acaba de condenar a siete años de cárcel a un hijo vengador. Muere el padre de este a manos de un asesino miserable; la policía aprehende al homicida; el Jurado le absuelve inicuamente ... Y el hijo se hace justicia por su mano.

 

Por fortuna el criminal, herido de muerte por aquel hijo vengador, no sucumbió sino hasta pasados los sesenta

días que exige el Código para considerar como delito de lesiones el delito de homicidio. Sin esta demora de la caritativa y buena muerte Matías González habría salido condenado a muerte.

 

Las frases todas que del reo se citan son terribles y trágicas: shakespearianas, esquilianas. Cuando mata con refinada crueldad al ·que le asesinó al padre exclama: ''Y a que no hay justicia en este país yo me lo haré por mano propi.a . '' Cuando le llevan de nuevo a la prisión, ya sentenciado por el tribunal del pueblo dice: ''¡Si lo volviese a ver, lo mataría!'' 

 

Eso lo aplaudiríamos en el teatro. Eso es altamente dramático. Habla Orestes, habla Hamlet. Presenciamos la escena culminante de las Coéphoras. Creemos oír estas. exclamaciones de Esquilo: ''¡Al fin lo conseguí! De pie estoy y el esta en tierra ... Agoniza; silbando le sale la sangre por la herida y su onda negra me salpica . . . ¡rocío más dulce para mí que para el cáliz de las plantas en ge1 .. minación la lluvia de Zeus!''

 

¿No se os figura ver también a Hamlet cuando halla a Polonius de rodillas, orando, y no le mata, aunque sea propicia la ocasion, porque si muriera ese hombre en tal instante tal vez salvaría el alma? 

 

El teatro antiguo y el teatro moderno presentan grandes y admirables ejemplos de estos lujos vengadores. El arte los ennoblece y los convierte en héroes.

 

No les creen vengadores, sino justicieros. Y vosotros, burgueses, que os doléis de esas víctimas de la fatalidad, que aplaudís los domingos por la tarde en el teatro Hidalgo al hijo justiciero condenáis a siete años de prisión o a muerte en el jurado, a ese mismo simpatico protagonista de los dramas que tanto os enternecen.

 

¿Cuándo tenéis razón? Para el esposo ultrajado que mata a la mujer adúltera, ''a la hembra del país de Nod , a la bestia humana, que cede a sus instintos concupiscentes, tenéis las manos llenas de indulgencia. Para el que  asesina al cómplice de ella, al seducido las más veces, al que es hombre y de nada humano se halla exento, vuestro pleno perdón siempre está pronto.

 

Para el que recibe un bofetón en el carrillo y en el amor propio y lo contesta con disparo mortal de su revólver, sólo abrigáis profunda admiración. Todos ellos son muy cumplidos caballeros, todos mataron por deber ineludible y hasta santo. Pero un hijo que mata al asesino de su padre, y que le mata cuando desespera de la justicia humana organizada legalmente; cuando mira que el homicida queda impune; un hijo vengador, un hijo justiciero, sólo os arranca una sentencia de muerte o la aproximación a ese gran premio.

 

Yo, en vuestro lugar, habría votado como concurrente al teatro Hidalgo. No puedo admirar a Orestes, admirar a Hamlet, admira1· a Andrés Cornelis, y condenar a ese González.

 

Verdad es que no vengó éste a su padre, sino a su padrastro y padre putativos. Pero no solamente pater i est qiiod nuptias demonstrat; no solamente es padre el que materialmente engendra, padre es el que amor filial merece, padre (sigamos poniendo ejemplos de teatro) es, en el Drama nuevo, Yorick para Edmundo, como hermano es Orestes para Pílades.

 

A ese cariño, instigador principal de la venganza, hay que añadir otro sentimiento: la ira, la indignación contra la injusticia. El asesino confiesa su delito, y, sin embargo, el tribunal lo absuelve. ¿Por qué? Porque mató impulsado por la negra honrilla, porque hubo riña y en ésta, palabras que le ofendieron el amor propio, porque estaba ebrio... El vengador no puede apelar de nuevo a los tribunales. 

 

El Código le cierra toda puerta. En tales casos, los yankees lyrichan. González mató consciente y deliberadarr1ente,  como condena a muerte un tribunal. 

 

El caso es sugestivo. ¿Cuándo tiene razón el buen hurgues: cuando aplaude al hijo justiciero en el teatro o cuando le condena en el jurado? 

 

 

 

 

 

 

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Esta crónica habla del calor y sequía que está acabando con las cosechas, pero Nájera aprovecha la situación que se vive para detallar la caída del sol por las tardes, abriendo paso también a otras ideas más trascendentales. Algunos aspectos relevantes:

  • Uso de metáforas y prosopopeya.

  • Traslación de sentidos (sinestesia).

  • El sol como faro que ilumina y va hacia el poniente, y al que siguen muchas ciudades importantes (París, Londres), pues representa la civilización.

  •  Revaloración de México con aires de progreso (salir del pasado colonial), pues éste también sigue al sol, alejándose cada vez más de la pobreza y la marginación social, para dar paso a la verdadera vida, que es la civilización.

  • Al caer el sol, da paso a la luz eléctrica (otro símbolo del progreso).

  • Esta crónica guarda muchas similitudes con “Puesta de sol” escrita también por Nájera y la cuál también se puede encontrar aquí.

Mientras sube el termometro

Mientras sube el termómetro.

 

 

Señores: la tierra pide agua. Pide más: de aguaceros. Algunas gentes suelen decir con regocijo: -Creo que va a llover, pero ésta es una ilusión de los paraguas. Parece que el maíz se está perdiendo por falta de agua, así como otros individuos se pierden por sobra de vino. Todavía, sin embargo, hay esperanzas de que San Juan baje el dedo. Pero si no lo baja, corren peligro los comerciantes de que se liquiden nuestras cuentas por sí sola.

 

Sin embargo, a pesar del calor que agobia y postra y casi bestializa, tienen su encanto estas tardes de fuego que tan tarde acaban. Tal vez será porque da mucho gusto ver el sol poniente: ¡ya se val, ¡hasta mañana! Llegamos a la noche. ¡Cinco minutos pasajeros!

  

El sol, como los grandes trágicos, sabe morir de muchas maneras. Lo he visto caer al Océano ... caer como un enorme escudo de oro arrojado por titán iracundo, desde la cúspide más alta. Lo he visto hundirse en esas tnismas ondas con la augusta majestad de un soberano. Expira, a veces, lánguido y despidiéndose de todos poco a poco, como un poeta enamorado y joven. Entonces el cielo es como un lago azul y son las nubes como encajes blancos y como cendales amarillos que flotan sobre las olas dormidas. En otras tardes muere herido, desangrándose, en revuelto océano tinto en púrpura. A ocasiones se suicida, se echa al mar sin vacilación, en un instante. En otras su agonía es lenta y tranquila. Suele morir. contemplando amorosamente a la pálida luna que, vestida de blanco, sube por el cielo, y suele morir tambien como corrido, coino escondiéndose en los montes, para no ver los gigantes negros que, con espada de relámpago, trepan rugiendo por Oriente. Son los titanes que van a robar el fuego del cielo; ¡Son sus enemigos

 

* * *

 

Pasead a esas horas por la calzada de la Reforma si no podeís alejaros más de la ciudad. ¿No habéisobservado cómo las ciudades marchan rumbo a Occidente?. Porque las ciudades andan, emigran y hasta salen a mudar de aires. Y México como todas las ciudades camina hacia el Oeste. Observadlo en París. Ha dos mil años, parís estaba en la vertiente Noroeste de  la montaña de Santa Genoveva, en donde todavía se miran hoy las Yhemas de Juliano. Y ha ido bajand, siguiendo la misma ruta que el sol sigue en el cielo. Llegó por fin al bosque de Boulogne y ya se extiende paulatinamente rumbo a Saint Cloud. Y lo mismo ha hecho Londres y San Petersburgo, Berlín y Viena, Lieja y Turín, todas las grandes ciudades modernas, así como lo hicieron las antiguas. Si quieres un ejemplode la antigüedad, ahí está Pompeya.

 

¿Porque esta marcha hacia Occidente? De parís podría decirse que sigue el curso del Sen, pero el Támesis de Londres sigue presisamente un curso inverso. Más justo lo que dice Flammarion: que las cidades son atraidas por la luz. La vida sigue al astro rey, al que es su padre. El le ha enseñado a caminar en cierta dirección y ella obediente, lo acompaña a donde va. Rumbo a Oriente quédanse los pobres, los tristes, los esclavos de trabajo, los que no ven más nubes que de grandes chimeneas. Los ricos. los felices, los desocupados. los favorecidos de la suerte van camino de Occidente. Porque son ricos, tienen títulos de nobleza y pertenecen a la corte del sol. Lo van siguiendo. Allá al Poniente están los hermosos paseos, los sitios de recreo. La vida y la civilización caminan como guiadas por el sol. 

 

México parece como irse desprendiendo y alejando del lugar en donde lo dejaron los conquistadores. Va para allá en donde presume, y con justicia, que debió de haber sido su asiento. Y rumbo al Poniente, la flor parece más hermosa, como vestida de paseo. El agua salta en chorros límpidos como diciendo al aire que se muere de calor: ¡toma, refréscate! La calle es más amplia significando que es el cauce para un río humano ya más caudaloso. Atrás se quedan los callejones tortuosos, los que se hicieron para los retablos, para los asaltos nocturnos, los que parecen embozados, los construidos adrede para obligar a creer que los faroles de aceite o

las mechas alimentadas con grasa, alumbran de verdad.Atrás se quedan esas casas que parecen prisiones,  habitadas por enfermedades, las fachadas amarillentas de ictericia, las puertas verdinegras que dan entrada a obscuros pasadizos, las azoteas que todavía están armadas de canales por horror al agua, por horror a la  limpieza, o por fingir que tienen carabinas y mosquetes y amenazan con ellos a los indios enemigos. Atrás se queda la accesoria que parece una tortillera sentada en cuclillas y la vivienda chaparra de un solo balcón que parece olla; y allá, por donde el sol pasea en las tardes, las casas, aunque no sean ricas, están bien vestidas de percal y muselina, pero de muselinas y percales que respiran frescura. A sus azoteas sube el agua, para bajar presa en angostos tubos a la tina del baño. En sus vidrieras hay persianas y en los barandales de sus balcones hay campánulas. El árbol que cuando llega a viejo es viejo verde, se aproxima a esas muchachas, las corteja Y no piensa en buscar a las solteronas gordas y cacarizas del Oriente. La luz se despide más tarde de esas salas en donde prolonga su visita porque está muy a gusto y ... ¡para allá va la civilización, para allá va la luz, para allá va la vida!

 

¡Cómo brotan casas en esas Calzadas! ¡Cómo va dejando la ciudad a los pobres!, parecida a la dama elegante que percibe un. olor y recoge su falda de seda y sale aprisa de la iglesia. La lechuga vive en la Merced, la flor en San Cosme. Lo que en los barrios del Oriente es canasta, es cesto en los del Poniente. Pronto, sin duda, México se unirá a Tacubaya, que lo espera como una novia espera al novio, con prendido de flores y con una rosa en el corpiño. 

 

Id a disfrutar de estas hermosas puestas de sol en la Reforma, o id de mañana, cuando el calor no habla aún en voz alta. En la mañana los alemanes, los franceses, los yanquis son los que más frecuentan la Calzada. Allá va ,el comerciante en su caballo, haciendo provisión de oxigeno para no asfixiarse en la oscuridad del almacén.

 

Allá va el diplomático en su faetón o en su buggy de ruedas coloradas. Alla va la amazona con su largo vestido

negro o gris y su lazo de seda azul en el sombrero ... El noble perro de casa rica, con su collar y su cadena de luciente acero ... Las que vuelven de la alberca, frescas, risueñas, con el pelo suelto ... La miss recién llegada, con su enorme ramo de botones de rosa sobre el pecho ... Un viejo inglés leyendo en una banca su periódico ... Y en medio de la calzada el carro que lleva un ,gran. barril acostado, porque se bebió a sí mismo y esta ebrio, dando un bano de regadera a la reseca tierra.

 

 

Por las tardes, esa pequena faja trazada por el café de Zepeda, parece como desprendida de parisiense bolevar.

Los últimos rayos del sol, como tomando las ultimas copas para irse a dormir de buen humor, se disputan los vasos y pagan conviriendo en topacio la cerveza en oro el coñac, el absintio en esmeralda y la groseila, la más inocente de las bebidas, en rubor. Y en los landós, en las duquesas y victorias, pasa la hermosura envuelta en polvo de oro ... Hasta que el globo rojo del sol queda enredado entre las ramas de los ahuehuetes y las pupilas se apagan y los focos de luz eléctrica se encienden. 

Puesta de sol

Puesta de sol

 

¿Habéis visto la puesta del Sol en las últimas tardes? Necesitaría el colorido hermoso y caliente de Eugenio Fromentin para describirlas. Necesitaría palabras color de fuego, palabras color de ámbar, palabras color de oro. Necesitaría que unas frases resplanclecieran e irradiaran; y que ocultas en otras, como fronda murmurante, cantaran las ideas a semejanza de los pájaros a la caída de la tarde. 

 

El Sol, como los grandes trágicos, sabe morir de muchas maneras. Lo he visto caer al océano. . . caer comoo un enorme escudo de oro arrojado por titán iracundo desde la cúspide más alta. Lo he visto hundirse en esas mismas ondas con la augusta majestad de un soberano. Expira, a veces, lánguido y despidiéndose de todos poco a poco, como un poeta enamorado y joven. Entonces el cielo es como un lago azul, y son las nubes como encajes blancos y como cendales amarillos que flotan sobre las olas adormidas. En otras tardes muere herido, desangrándose, en revuelto océano tinto en púrpura. A ocasiones se suicida, se echa al mar sin vacilación, en un instante. A ocasiones su agonía es lenta y tranquila. Suele morir contemplando amorosamente a la pálida Luna

que, vestida de blanco, sube por el cielo, y suele morir tambien como corrido, como escondiéndose en los montes, para no ver los gigantes negros que, con espada de relampago, trepan, rugiendo, por oriente.¡Son los titanes que van a robar el fuego del cielo: son sus enemigos !

 

Cuanclo le place, no permite que nadie lo vea expirar. Ciega al osado que clava en el la vista. Pero en estas tardes ha permitido duelos mortales lo veamos; ha recogido ssus rayos y los ha envuelto en una tela de goma opaca..

 

Miradlo: no parece que va a caer, sino que va a subir. Es un hermoso globo rojo cuyo hilo tiene algún niño príncipe en la terraza del castillo. Pero, de repente, el gas de ese globo comienza a escaparse ...el globo se desinfla poco a poco y cae lentamente sobre los árboles del bosque. ¡Ya va a llegar ! ¡ Ya va a enredarse entre las hojas ! ¡Ya se quedó prendido y apagado y roto en las ram.as de aquel ahuhuete ! Las estrellas, que son muy inocentes y que se entretienen muchísimo con los globos de goma, sobre todo cuando son tan grandes como el Sol, asómanse, anhelantes, y con los ojos de pestañas rubias, muy abiertos ... pero ¡ya se rompio el globo; ya no está.

 

Pasead a esas horas por la calzada de la Reforma si no podeís alejaros más de la ciudad. ¿No habéisobservado cómo las ciudades marchan rumbo a Occidente?. Porque las ciudades andan, emigran y hasta salen a mudar de aires. Y México como todas las ciudades camina hacia el Oeste. Observadlo en París. Ha dos mil años, parís estaba en la vertiente Noroeste de  la montaña de Santa Genoveva, en donde todavía se miran hoy las Yhemas de Juliano. Y ha ido bajand, siguiendo la misma ruta que el sol sigue en el cielo. Llegó por fin al bosque de Boulogne y ya se extiende paulatinamente rumbo a Saint Cloud. Y lo mismo ha hecho Londres y San Petersburgo, Berlín y Viena, Lieja y Turín, todas las grandes ciudades modernas, así como lo hicieron las antiguas. Si quieres un ejemplode la antigüedad, ahí está Pompeya.

 

¿Porque esta marcha hacia Occidente? De parís podría decirse que sigue el curso del Sen, pero el Támesis de Londres sigue presisamente un curso inverso. Más justo lo que dice Flammarion: que las cidades son atraidas por la luz. La vida sigue al astro rey, al que es su padre. El le ha enseñado a caminar en cierta dirección y ella obediente, lo acompaña a donde va. Rumbo a Oriente quédanse los pobres, los tristes, los esclavos de trabajo, los que no ven más nubes que de grandes chimeneas. Los ricos. los felices, los desocupados. los favorecidos de la suerte van camino de Occidente. Porque son ricos, tienen títulos de nobleza y pertenecen a la corte del sol. Lo van siguiendo. Allá al Poniente están los hermosos paseos, los sitios de recreo. La vida y la civilización caminan como guiadas por el sol. 

 

México parece como irse desprendiendo y alejando del lugar en donde lo dejaron los conquistadores. Va para allá en donde presume, y con justicia, que debió de haber sido su asiento. Y rumbo al Poniente, la flor parece más hermosa, como vestida de paseo. El agua salta en chorros límpidos como diciendo al aire que se muere de calor: ¡toma, refréscate! La calle es más amplia significando que es el cauce para un río humano ya más caudaloso. Atrás se quedan los callejones tortuosos, los que se hicieron para los retablos, para los asaltos nocturnos, los que parecen embozados, los construidos adrede para obligar a creer que los faroles de aceite o las mechas alimentadas con grasa, alumbran de verdad.Atrás se quedan esas casas que parecen prisiones,  habitadas por enfermedades, las fachadas amarillentas de ictericia, las puertas verdinegras que dan entrada a obscuros pasadizos, las azoteas que todavía están armadas de canales por horror al agua, por horror a la  limpieza, o por fingir que tienen carabinas y mosquetes y amenazan con ellos a los indios enemigos. Atrás se queda la accesoria que parece una tortillera sentada en cuclillas y la vivienda chaparra de un solo balcón que parece olla; y allá, por donde el sol pasea en las tardes, las casas, aunque no sean ricas, están bien vestidas de percal y muselina, pero de muselinas y percales que respiran frescura. A sus azoteas sube el agua, para bajar presa en angostos tubos a la tina del baño. En sus vidrieras hay persianas y en los barandales de sus balcones hay campánulas. El árbol que cuando llega a viejo es viejo verde, se aproxima a esas muchachas, las corteja Y no piensa en buscar a las solteronas gordas y cacarizas del Oriente. La luz se despide más tarde de esas salas en donde prolonga su visita porque está muy a gusto y ... ¡para allá va la civilización, para allá va la luz, para allá va la vida!

 

¡Cómo brotan casas en esas Calzadas! ¡Cómo va dejando la ciudad a los pobres!, parecida a la dama elegante que percibe un. olor y recoge su falda de seda y sale aprisa de la iglesia. La lechuga vive en la Merced, la flor en San Cosme. Lo que en los barrios del Oriente es canasta, es cesto en los del Poniente. Pronto, sin duda, México se unirá a Tacubaya, que lo espera como una novia espera al novio, con prendido de flores y con una rosa en el corpiño. 

 

Id a disfrutar de estas hermosas puestas de sol en la Reforma, o id de mañana, cuando el calor no habla aún en voz alta. En la mañana los alemanes, los franceses, los yanquis son los que más frecuentan la Calzada. Allá va ,el comerciante en su caballo, haciendo provisión de oxigeno para no asfixiarse en la oscuridad del almacén.

 

Allá va el diplomático en su faetón o en su buggy de ruedas coloradas. Alla va la amazona con su largo vestido negro o gris y su lazo de seda azul en el sombrero ... El noble perro de casa rica, con su collar y su cadena de luciente acero ... Las que vuelven de la alberca, frescas, risueñas, con el pelo suelto ... La miss recién llegada, con su enorme ramo de botones de rosa sobre el pecho ... Un viejo inglés leyendo en una banca su periódico ... Y en medio de la calzada el carro que lleva un ,gran. barril acostado, porque se bebió a sí mismo y esta ebrio, dando un bano de regadera a la reseca tierra.

 

 

Por las tardes, esa pequena faja trazada por el café de Zepeda, parece como desprendida de parisiense bolevar. Los últimos rayos del sol, como tomando las ultimas copas para irse a dormir de buen humor, se disputan los vasos y pagan conviriendo en topacio la cerveza en oro el coñac, el absintio en esmeralda y la groseila, la más inocente de las bebidas, en rubor.

 

¿Por qué no bajan las señoras de sus coches? ¿Por qué algunos hombres van solos en los suyos? ¿Van a que los veamos? No queremos. ¿No tienen amigos? ¿ Quieren ir a solas con su vanidad? Si son poetas, soñadores, en busca de soledad y de silencio, que se vayan al bosque!

 

Y en los landós, en las duquesas y victorias, pasa la hermosura envuelta en polvo de oro ... Hasta que el globo rojo del sol queda enredado entre las ramas de los ahuehuetes y las pupilas se apagan y los focos de luz eléctrica se encienden. 

 

 

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